Page 205 - El magisterio y la vida en verso y prosa
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La lotería mexicana en la feria de Santiago
En aquellas inolvidables ferias del barrio de Santiago, suburbio
representativo de la clase media meridana de los años 40 a 50 del siglo
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pasado, había tantos atractivos para grandes y chicos, que todos quedaban
satisfechos después de pasar horas en sus instalaciones.
Mi primer cochinito de barro lo gané ensartando aros en una serie de seis,
sin fallar ninguno; tenía ocho o nueve años. Los premios de esos juegos
tenían la característica de ser objetos artesanales, fueran de barro, madera
o trapo, como las simpáticas muñecas de calcetín que hacia mi abuelita
Felicitas (chichi Feliz), con ojos de botones negros, aretes de sarta de
lentejuelas y chaquiras, vestiditos de retazos de tela o tejidos de estambre.
Había también baleros de madera de diversos tamaños, pelotas de hilo de
cáñamo, rehiletes de lata o latón, sonajas de madera, en fin..., el paraíso de
la juguetería infantil de la época.
Para las señoritas en vías de casarse y las amas de casa ya en funciones,
las instalaciones de la lotería mexicana o del Kisinito, como la conocemos
aquí, era un imán que no podían resistir, pues no eran pocas las que salían
de ahí con juegos de platos, vasos, ollas, sartenes, que se integraban de
inmediato a su menaje de cocina o a su vajilla de cristalería. En casa
teníamos preciosos juegos de jarras y vasos de cristal rosado o verde claro,
con cuadritos en realce, que daban una presencia de frescura a las bebidas
que contenían. Esos eran el botín de mi hermana Julia y su novio eterno
durante 11 años, y luego flamante y fiel esposo durante 55 más.
No había noche que fueran a la feria, que no regresaran con algunos
objetos de estos que hablábamos o una charola con vasitos barrilitos o con
asa, para consumo cervecero.
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