Page 200 - El magisterio y la vida en verso y prosa
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Se  trataba  de  un  joven,  de  edad  indescifrable,  con  un  retraso  mental
            profundo, aunque éste no le impedía caminar e ir a todas partes, que no
            estuvieran a más de dos esquinas de su domicilio. Vestía de traje y corbata,
            aunque el atuendo era de dril, que alguna vez fue blanco y, los fines de
            semana ya era multicolor. Era delgado, de una altura regular y caminaba
            siempre con la cabeza baja, en actitud de buscar algo en el piso; a este
            gesto se le sumaba patear, con el pie derecho, cuanta piedra pequeña o
            grande encontrara en su camino. Cuando alguien, casi siempre con soma,
            le preguntaba: —¿Qué buscas Cholito?, él respondía invariablemente con
            voz lenta y gangosa: —¡El tomillo que se me perdió!


            Quién sabe quién y quién sabe cuándo había dicho alguien, refiriéndose
            a él: “¡A cholo se le perdió un tomillo!” Desde entonces, su ocupación en
            la vida fue buscar aquel artículo hasta bajo las piedras.


            En ese mismo tramo de calle (80) vivió también un trovador, que decían
            que en sus mocedades tuvo una hermosa voz y había cantado por radio
            como solista; lamentablemente, su dipsomanía le hizo perder ese bello don
            que la naturaleza- le había regalado; sin embargo, eso no obstaba para que,
            en los días que había agotado la jarra hasta el fondo, no nos despertara a
            toda la familia a medianoche, con su estropajosa voz, cantándole previa
            dedicatoria, a una de mis dos hermanas que tenía unos grandes ojos verdes,
            precisamente esa canción: —¡aquellos ojos verdes, serenos como un lago...!
            —mi hermano Aristeo— solía salir y le decía: “En un lago, pero de alcohol
            estás ahogado Yucho...” (le decían el Yucho Acosta)— y afectuosamente le
            pasaba un brazo y se lo llevaba a su casa, que estaba a la vuelta.


            Al papá de ese personaje lo conocíamos como don Gum, posiblemente
            era Gumersindo, lo que sí realmente era, un buen peluquero y único en
            el barrio.


            Este señor tenía por ley o costumbre tradicional, que él se había impuesto,
            organizar  durante  los  carnavales  de  antaño  una  comparsa  de  negritos.
            Todos los muchachos de dos o tres cuadras a la redonda, se apuntaban con



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