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Detrás del cercado


                                                    Nunca, nunca, nunca te rindas
                                                               Winston Churchill


               Es hora del desayuno, lo tomo en un plato de plástico, le doy una
            mordida al taco y le pido a mi madre que lo sostenga detrás del barandal,
            mi hermano hace lo mismo, presurosos, apenados y con ansias de poder
            regresar con los amigos, almorzamos tras el enrejado de la escuela. Es
            la etapa de la secundaria y el desayuno se ha convertido en rutina, día
            tras día, son sólo 10 o 15 minutos que transcurren lentos semana tras
            semana. No existen opciones, ni otras formas para el almuerzo. Es mi
            madre, quien amorosa y con suma puntualidad nos lleva el alimento,
            pues es más económico, y de otra forma no podríamos pagarlo. Era un
            gusto cuando mi madre nos daba 5 pesos y así podíamos comprar una
            fruta, pepinos, jícamas, además de nuestro desayuno.


            Mis padres se divorciaron  cuando yo tenía  12 años,  mi madre,
            empleada doméstica, mi padre, cortador de coco, si la vida era
            difícil con mis padres juntos, separados fue mucho peor, sin luz
            eléctrica, gas, muebles; sólo una cama, un colchón, el televisor y
            una plancha; pero con la mente rebosante de sueños y esperanza.
            En  casa  la responsabilidad  era  indispensable, había que  lavar  mi
            uniforme, ponerlo a secar con la luz del día, pues no alcanzaba para
            más y solamente tenía uno.


            Debo reconocer que es incómodo comer de esa forma, porque
            deseaba estar con mis amigos y comprar lo que ellos comían. Sin
            embargo, todo cambió gracias a una maestra que sin ser mi profesora
            resultó ser muy observadora y se percató de la situación, y como
            caída del cielo comenzó a darnos boletos para comida de vez en vez,
            y posteriormente luchó como una guerrera para que nos becaran
            los alimentos, de esa forma mi hermano y yo pudimos desayunar y
            elegir de la cafetería lo que deseáramos, nos alimentamos mejor y
            pudimos compartir más momentos con nuestros amigos. ¡Ahora sí
            saboreábamos la comida de la cafetería!



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