Page 15 - Colección Rosita
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Irene no sabe nadar
No sabe cómo llegó a vivir ahí, pero es feliz, al principio repartía picotazos
a diestra y siniestra. Era muy pequeña, su color amarillo reluciente, le hacía
resaltar entre todos los habitantes de su hogar. Con el paso de los años, su
color se volvió blanco, ¡un color brillante!, además, poseía un copete que
la hacía ver, ¡di vi na!
Virgilio, le da miedo, ¡es tan negro!, y muy enojón, siempre trepando a las
azoteas. Muere de nervios, a pesar de temerle, lo aprecia. ¿Y si cae?, ¡gran
ramalazo que se daría!
También le atemorizan los pequeños, que al verla le ladran, ¡guau, guau!,
con la intención de llamar su atención. Mmm, hay uno en especial, Medias,
no sabe porqué, tal vez sus colores o el brillo de sus ojos, ¿o serán sus orejas
paradas, o su cola dando vueltas como el ventilador de su humana, cuando
la ve?
Otros integrantes de su familia (supone son sus primos o algo así), son más
parecidos a ella, ¡están en una jaula! Se la pasan brincando dentro de ella,
y comen con un pico, ¡un verdadero pico! Son pequeñitos, les gusta cuando
dejan escapar sus trinos por las mañanas.
También se alegra al escuchar el sonido de la voz de su humana, cuando
le llama a comer:
—¡Irene, Irene, cua, cua!, grita con júbilo, su persona favorita.
—¡Cua, cua, cua, cua!, responde la gansa eufórica, abriendo sus alas,
para trasladarse más rápido.
Su vida está llena de peligros, vivir en la ciudad es una odisea; dicen que en
el campo se vive mejor, pero ella no lo conoce, lo supo por aquel día que,
en compañía de Medias, escapó de casa.
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