Page 20 - Colección Rosita
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acercaron a deleitarse con la comida consistente en carne, arroz y tortillas
en unas bolitas hermosas y apetecibles.
Terminaron de comer y se retiraron a dormir la siesta, como siempre,
buscó el calor de Medias, para descansar más tranquila. ¡Ese perrito le
transmitía tanta paz!
Desde esa aventura con Medias, ya hacía bastante tiempo, a nadie le
comentó su frustración por no saber nadar, hasta ese día, cuando fueron a
explorar, nunca imaginó la existencia de tanta agua junta.
Un día soleado, amaneció con la espinita clavada en su corazón:
—¿Cómo es posible?, ¿nunca aprenderé a nadar?, se preguntó, con
infinita tristeza; pero bueno, aquí no hay ni dónde, es mi hogar, si así
me educaron, si no me enseñaron, es porque no lo necesito. ¿Pero, y
si un día me hace falta? Me acuerdo de Casia, la otra hermanita de
Medias, un día se fue y ya no regresó, a lo mejor llegó hasta el río y
necesitaba nadar para cruzarlo. Entonces, sí es necesario aprender
cosas, aunque crea que no las necesito, un día me puede hacer falta.
Estuvo tres días meditando, casi no hacía caso a Medias, ni oía con alegría
el canto de Hula y Hela, ni tampoco hacía caso de los peligros a los que se
exponía Virgilio.
Acompañó a su humana a la calle, la mayoría de las veces, iba con ella. Le
gustaba hacerlo. Su dueña le compró algo de comer muy rico, lo engulló
complacida, saboreando al máximo el contenido de un paquete con su foto
de cuando era chiquita, con el pelo amarillo y una sonrisa deslumbrante.
Regresó tras su dueña pensativa, se paró en la puerta y buscó con la mirada
a Medias. El perrito, al ver a su ansiosa novia llamarlo con sus hermosos
ojos negros, se acercó.
—Dime reina mía, ¿qué deseas de éste, tu lacayo?, preguntó,
conquistador.
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