Page 22 - Colección Rosita
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Salieron sigilosos, volteando para todos lados, tratando de no ser
descubiertos para lograr su objetivo. Por fin se detuvieron a analizar los
peligros, no venía ningún animal enorme, pasaron la calle, siguieron hasta
brincar la barda y llegar al río.
Esta vez, Irene no quiso explorar, tenía un objetivo en mente, y no pararía
hasta cumplirlo, para su propia satisfacción, lo lograría.
Medías de inmediato entró al agua. Nadó de un lado a otro, levantando
chorros y gotas de agua, que llegaron hasta las plantas, al lado del río.
La gansa cerró los ojos cuando el agua la salpicó. No podía evitarlo, le
afectaba demasiado.
Necesito superar el miedo, el agua no puede ser más fuerte. Todo lo puedo,
si me lo propongo, todo lo puedo, pensó, concentrándose al máximo.
En un abrir y cerrar de ojos, las imágenes danzaron por su mente y los
recuerdos de la historia que le contó Virgilio, le infundieron más ánimos:
—Mira Irene, hace muchos años, me contó mi abuelo, que existía una
patita lo más parecida a ti, que iba al mercado con su canasta y su
rebozo de bolitas. Era muy coqueta meneándose al caminar, como los
barcos en alta mar, o sea, andaba en el agua; su única preocupación
era correr a buscar alimento para sus patitos, también tenía interés
en ella misma, eso era conocido por toda la comunidad de animales.
Mi abuelo dice, que era tan preocupona, como presumida; se sabía
bella, y una de las formas de permitir a todos admirar su belleza e
inteligencia, era nadando en el río. Tú sabes, era una de esas mamás
que todo lo saben hacer y que tiene agallas para enseñar a sus hijos
lo necesario para vivir. La patita Cua Cua, no sabía nadar cuando
era joven, pero como tenía un esposo, Pato, que como dicen los
humanos, se hacía pato, debía sacar a sus hijos adelante ella solita.
Les enseñó a estudiar y varios oficios. Un día los llevó a clase de
natación, el profesor Patoso andaba distraído, porque le dolía la
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