Page 26 - Colección Rosita
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Medias se acercó en dos patas, como solía hacerlo:


               —¿Vamos al río?, preguntó juguetón, —hace días que no vamos.

               —¡Mmm, bueno, vamos!, contestó, haciendo a un lado sus malas ideas.


            Salieron a la calle, seguidos de Mac y Naa, los demás, prefirieron quedarse
            a jugar en las montañas de tierra, dispersas por toda la casa.

            Cruzaron una calle, sin novedad, cruzaron otra, sin novedad.


            Pero, al llegar a la otra, a lo lejos, divisaron un bulto negro. A Irene se le
            paralizó el corazón. Con sin igual destreza, voló hacia allá, olvidándose de
            sus acompañantes, quienes de inmediato, fueron tras la gansa.

               —¿Qué  pasa Irene?,  ¿por  qué  vas corriendo?,  preguntó  Medias,
                  agitado. No contestó, debía estar segura.


            Llegó hasta el bulto y…, ¡qué alivio!, ¡sólo eran unos trapos negros y sucios!


            Respiró hondo, con tranquilidad.

               —¡Por un momento pensé que era Virgilio!, dijo en un suspiro —nos
                  arriesgamos demasiado saliendo así de nuestro hogar.


               —Bueno, sí, tienes razón, objetó Medias, —¡pero, ese Virgilio es un
                  vago, siempre se sale a la calle!


               —Por eso, es mi temor Medias, él se sale porque así es su temperamento, ya
                  es grande, sabe cómo defenderse, ¡pero nosotros!, dijo meditabunda,
                  sacando el pecho para respirar con intensidad.

            Regresaron a casa, sin escándalo, sin correr, entraron y fueron a tirarse a la
            sombra del árbol, en un rincón del patio.


            Pasaron algunos días, Irene seguía pensando, ¿cómo hacerle para salir a
            nadar? Requería pensar en algo, ¿si esperaba, y cuando todos estuvieran



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