Page 30 - Colección Rosita
P. 30

—Lo sé Yuyú, lo sé, ¡hoy bailarás como todo un profesional, ganarás!,
                  ¡ya lo verás, ganarás!, rebuznó Zuzú, acercándose a mordisquear mi
                  oreja derecha con amor. —Ahora, ¡sal a demostrar de qué estamos
                  hechos los habitantes de Burrolandia!

            El entrenador subió a mi lomo y con infinita gallardía y arrogancia, salí al
            escenario, aguzando las orejas, levantándolas, apuntando hacia el techo,
            entorné los ojos con picardía y empecé a dar brinquitos al son de la música,
            que llegaba a mi corazón, llenándolo de alegría.


            “Arre que llegando al caminito aquemichú, aquemichú, arre que llegando
            al caminito aquemichú, aquemichú. A qui mi chula mi burrita, aunque
            vaya enojadita, porque no le di su alfalfa, porque no le di su maíz…”

            Gané, tenía los pasos bien ensayados y no fue tan difícil, tengo habilidad
            para  bailar, en mi infancia, hace mucho tiempo, alguien  me enseñó a
            hacerlo. Los recuerdos llegaron a mi mente cuando estaba listo para recibir
            mi premio, no pude evitar que mis ojazos se llenaran de lágrimas, sacudí la
            cabeza con fuerza y lancé un rebuzno. Mi sollozo llegó hasta Zuzú, quien
            me miró con ojos tiernos, comprendiendo mi sufrir, a pesar de ser ganador.

            Hice a un lado mis pensamientos, para compartir el triunfo de Zuzú, en la
            carrera de velocidad y resistencia. También en esta disciplina tenemos un
            compromiso con un burro famoso, Platero, siempre fue ganador, dejando
            muy en alto el nombre de Burrolandia.


            Era un día muy agitado, nos divertimos mucho, hicimos varios amigos.
            Llegó el momento de descansar, me acurruqué a un lado de Zuzú, y en
            automático, me invadió la nostalgia, los recuerdos lastimaron mi corazón,
            pero no pude evitarlos.


            Hace mucho, mucho tiempo, viví en un lugar encantador, con montañas
            alrededor, árboles y pasto por todas partes, y un cristalino y maravilloso
            río. Mi dueño, Héctor, un niño que, desde chiquito, empezó a montarme
            con gentileza, ¡era tan ligero, nunca se me ocurrió arrojarlo al piso! Por las
            mañanas, lo veía llegar al corral, corriendo y gritando:



            28
   25   26   27   28   29   30   31   32   33   34   35