Page 32 - Colección Rosita
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En otras ocasiones, antes de cargarme con la leña, nos metíamos al río a
nadar un rato, a disfrutar la frescura del agua. Héctor se lanzaba de una
enorme piedra, salpicando por todas partes al caer estrepitosamente.
—¡Vamos Yuyú, nada fuerte!, gritaba, agitando las manos, con los
labios morados por el frío.
—¡Está fría el agua!, protestaba yo, metiendo apenas una pata.
—¡No seas coyón, entra, vamos a nadar fuerte, y se te quita el frío, mira,
así!, se sumergía hasta lo más profundo en un lugar y salía en otro.
Una visión mágica, ¡me invadía el miedo al pensar que desaparecería para
siempre!, mi corazón latía acelerado, y cuando lo veía surgir de entre las
aguas, rebuznaba con alivio.
Cuando salíamos del agua, tomábamos un poco de sol, calentando nuestros
cuerpos, luego, procedíamos a hacer nuestro trabajo.
Me sentía completo, satisfecho y útil, ¡sobre todo útil! Además de ser feliz
con Héctor, mi fuerza era para beneficio de él y su familia, ¡podía cargar
muchas cosas pesadas, además de leña!
En una ocasión, fuimos a llevar varias cosas al pueblo. Héctor me cargó
muy temprano, nos divertimos y charlamos todo el camino. Era una carga
pesada, pero yo era muy fuerte, mi condición estaba preparada para eso.
Fue una travesía muy feliz, rodeada de aventuras, ¡hasta me sonrojo por lo
que pasó!
Era muy joven, impulsivo, fogoso, ¡y caray, qué pena! De pronto vi a una
hermosa y escultural burrilla de crin blanco, caminaba entre el pasto, con
gracia sin igual, ¡me alboroté y empecé a correr tras ella, rebuznando sin
cesar, sin acordarme de mi valiosa carga y de mi querido dueño!
La burrita, era veloz y muy presumida, no me hizo caso, después de
perseguirla un buen trecho, se detuvo altanera, volteó a verme con sus ojos
color aceituna y me dijo despectiva:
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