Page 31 - Colección Rosita
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—¡Yuyú, Yuyú!, ¡vamos a la leña, ya es la hora, antes de que salga el sol,
                  para recibirlo a la orilla del río!

               —¡Ya estoy listo Héctor!, rebuznaba, entusiasmado.


            Partíamos locos y felices al campo, recorríamos verdes praderas, subíamos
            y bajábamos montañas inmensas, y al final, teníamos nuestra recompensa.
            Héctor bajaba de mi lomo y se sentaba en una piedra, a la orilla del río.


               —¡Ya falta poco!, decía entusiasmado, —¡ya falta poco!


            Por fin, aparecía el astro rey. Iluminando la vida en el campo, haciendo
            brillar las gotas de agua en las hojas de los árboles, en las flores; en el río su
            reflejo se volvía multicolor, ¡un espectáculo impresionante!


               —¿Lo ves, Yuyú?, ¡ya está ahí, ya no tendremos frío!, decía mi niño,
                  mirando el alba, con asombro, embelesado.


            Me tomaba del cabestro, empezando a danzar, sin soltarme, ¡no tenía más
            remedio, yo hacía lo mismo!, levantando mis patas al son que me marcaba,
            yendo hacia adelante y hacia atrás, con gracia, como mi dueño.


            Un rato después, se entretenía en juntar leña, acomodándola con habilidad
            en mi lomo. La necesaria para calentar su hogar hasta otro día.


            Me sentía feliz cuando, ya cargado, tomaba el cabestro de mi cuello y me
            conducía de regreso, platicando de mil y una cosas.

               —Con esa leña es suficiente para hoy Yuyú, si llevamos más, mamá no
                  nos dejará venir otra vez mañana.


            De repente, subía corriendo a la cima de una montaña y  acostado,
            arrojándose y rodando cuesta abajo, gritaba jubiloso, hasta llegar a mí. Yo
            rebuznaba, dejando salir el placer que sentía.





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