Page 35 - Colección Rosita
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a un lado del corral, risueño y platicando con su padre! Ahora sí que, como
            dice el dicho: la curiosidad mató al gato.

            ¡Me sentí morir!


            ¡Ya no era necesario ahí!

            ¡Era el fin!


            ¡Me sacrificarían!

            ¡En ese instante, quise tener alas y volar lejos, donde no me diera cuenta de
            la realidad a la que me enfrentaba!


            Nadie dijo nada, desde ese día, ya no salí más con Héctor a presenciar la
            llegada de la estrella solar, a nadar en el río, o a rodar por las montañas.

            Empecé a fraguar un plan:


            Me acurruqué en un rincón del corral, cerré los ojos y lo decidí: ¡Iría a
            Burrolandia!


            Me desperté muy temprano, cuando el astro aún no aparecía. Con el fresco
            de la noche, recorrí el camino a casa de Jojó.

               —Muy  buena  decisión,  dijo,  cuándo  rebuzné  a  sus  orejotas,  mis
                  intenciones de marcharme para siempre.


            Me entregó el camino trazado, emprendí el viaje, me fui llorando, dolía mi
            corazón de sólo pensar en alejarme de mi tierra, de mi familia, de Héctor.
            Allá a lo lejos, escuché una canción, me detuve un momento a pensar:


            ¿Cuál de los dos amantes sufre más pena, el que se va o el que se queda, el
            que se queda se queda llorando y el que se va se va suspirando?

            ¡Héctor ni siquiera imaginaba que me iría!, cuando se diera cuenta, no
            le importaría; mis ojos derramaban gruesas gotas de agua, las limpie y
            levanté la cabeza con valentía. Seguí mi camino.



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