Page 37 - Colección Rosita
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un sombrero y disparar un cañón. Salvar la vida de un jinete cuando anda
mal su suerte. Soy payaso de rodeo…”
¡No me pude resistir!, la música inundó mi cuerpo, llegando al corazón y
sin ningún pudor, me uní con alegría a la manada de vacas.
Al principio se sorprendieron, luego, me hicieron ir al frente y empezaron
a seguir mi rutina, ¡mis patas se movían al compás de la melodía, casi sin
pensarlo!
¡Un relax absoluto!, me sentí lleno de vida, definitivamente, el baile era lo
mío, ¡me encantaba hacerlo y lo disfruté como enano!
Pero como todo tiene un principio, también tiene un fin. Me tuve que ir.
No podía seguir perdiendo tanto tiempo. Debía llegar a Burrolandia
cuanto antes.
Me despedí de todas mis vacamigas, algunas me pidieron que me quedara
a vivir ahí, pero no era posible, no pertenecía a esa tierra, era necesario
marcharme, y lo hice.
Me invadió la nostalgia, ¿por qué Héctor dejó de quererme? Yo le entregué
todo mi cariño y mi fuerza, pero…, ni modo, ya no era necesario.
Seguí caminando, cabizbajo, sin disfrutar de los ruidos del silencio, del
trinar de pajarillos, del susurro de las hojas y de la brisa del agua llegando
hasta mi cuerpo, refrescándolo.
Me acerqué a la cascada por inercia, escuché un ruido, levantando las
orejas, me acerqué a la cortina de agua: ¡Una yegua estaba a punto de
parir!
Entré precipitadamente, llegué a donde se encontraba la próxima madre:
—¿cómo te ayudo?, pregunté, tratando de ocultar mi nerviosismo.
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