Page 23 - Colección Rosita
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pancita. No se percató, cuando uno de los hijos de la patita Cua Cua,
                  por poco se ahoga; entonces, la presumida patita se lanzó al agua,
                  sin  saber nadar, ¡quién sabe de dónde sacó  fuerzas, porque salvó
                  a su pequeño! Desde entonces, aprendió a deslizarse con soltura y
                  arrogancia en el agua; y sí, al principio lo hizo por necesidad, después
                  lo hacía para brillar, ¡y era hermosa, se lucía la condenada!, decía mi
                  abuelo.


                  Con estos pensamientos en la mente, Irene se dio ánimos, tal vez,
                  como la patita Cua Cua, un día se luciría ante su familia y conocidos,
                  nadando en cualquier  río, lago  o estanque  con agua.  Y algo
                  fenomenal, ¡ya no se escondería cuando lloviera!


            Se lanzó al agua.

            Su  corazón dio un vuelco al  caer  estrepitosamente al  vital  líquido, se
            hundió. No se atrevía a abrir los ojos, sabía que estaba en las profundidades
            y se sentía aterrada.


            Era el fin, se ahogaría sin piedad.

            De pronto, alguien la jaló hacia arriba y cuando menos acordó, ¡estaba
            nadando plácidamente, con naturalidad y elegancia!


               —¡Lo lograste Irene!, ¡te ves hermosa, lo blanco de tu copete y toda tú,
                  brillan con el sol!, gritó Medias, alborozado, admirando a su novia.

            Sí, a fin de cuentas, nada era imposible, todo dependía de su empeño, en
            un principio le pareció difícil, no entendía porqué, ¡nadar era tan fácil!


            Regresaron a casa, Irene caminaba con la cabeza levantada, orgullosa,
            segura de sí misma. Cuando la vieron entrar a su hogar: Neo, Naa, Mac,
            Ira, Luc y Virgilio, se arremolinaron alrededor de Medias; ¡Hasta Hula y
            Hela dejaron de alegrar el ambiente con sus trinos!, querían enterarse del
            chisme completito.


               —¿Qué le pasa a Irene?, preguntó Mac, anonadado, —¡se ve diferente!



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