Page 21 - Colección Rosita
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—No seas payaso Medias, háblame por mi nombre, contestó irritada
                  la gansa.

               —¡Uff, yo quiero ser atento y cariñoso contigo!, pero desde hace días no
                  me haces caso, ¿tu interés ya está en otro?, dijo Medias, con tristeza
                  en sus palabras.


               —¡Cálmate por favor, y no me desesperes!, contestó la gansa, —necesito
                  ir a un lugar, ¿me acompañas?

               —¡Claro mi  reina!, digo, Irene, a donde tú quieras, dijo gozoso  el
                  chihuahua.


               —Está bien Medias, no se lo digas a nadie, pero desde aquella vez,
                  cuando salimos y conocí  el  río, estoy muy preocupada  y enojada
                  conmigo misma, continuó explicando la gansa.


               —Pero, ¿por qué Irene?, exclamó Medias, intrigado, parándose en dos
                  patas. ¡Fue un paseo hermoso!, ¿acaso no te gustó?


               —Sí Medias, sí me gustó, pero soy una inútil para nadar, ¡no sé! —dijo
                  exasperada, abriendo sus alas, ¡se suponía que ahí todo mundo sabía
                  nadar!


               —¿Y entonces?, preguntó Medias, haciendo un mohín.

               —¡Necesito volver ahí!, —concluyó, determinante.


            Durante  algunos  días, hicieron los preparativos; Irene no deseaba  que
            alguien los siguiera, no quería ser la burla de la familia si descubrían su
            incapacidad para  por  lo  menos zambullirse en  el  agua.  De  Virgilio  se
            debían cuidar, ese gato era sagaz, aparecía por todas partes.

            Por fin se llegó el día:


               —¡Vamos Medias!,  susurró  Irene, a  la  orejita  de  su novio,  —es el
                  momento, la puerta está abierta, no hay nadie cerca, ¡vámonos!



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