Page 53 - El Sembrador de esperazas
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La semilla
                                (Lo que quizás nos hace falta)




               Disfruté esa fruta  queriendo  comérmela  por  siempre,  sin
            terminármela nunca, el sabor y textura perfecta hacían de cada
            bocado una delicia. Había probado varios frutos de esa planta,
            pero éste era inigualable, mi estómago pedía el bocado rápido, mi
            mente decía hacerlo interminable…, mi corazón agradecía haberlo
            encontrado.


            Cuando el último bocado llegó, mi ser se debatió entre la tristeza y
            la alegría, decidí dejarlo como un recuerdo imborrable.


            La semilla quedó en mi mano abierta, con el dilema de aventarla como
            siempre al bosque o sembrarla en mi jardín. Decidí conservarla, con
            la finalidad de algún día poder disfrutar de ese delicioso manjar.


            Los días se suceden muy rápido, más para los que han vivido algunas
            décadas. Y quizás 24 horas fueron muchas, pues fue el tiempo que
            pasó para que la semilla fuera un objeto más de la mesita de centro
            de mi sala, pasando desapercibida después de ese lapso.


            Semilla que no se siembra, no se hace árbol, —dijo un vendedor
            anciano que la alcanzó a ver, haciendo que volviera a mí el sabor sin
            igual de aquel durazno.


            Hice las muescas correspondientes a la semilla y la sembré como
            era debido y como me lo habían enseñado, en poco tiempo tuve un
            pequeño arbolito.

                —Planta que no se cuida, no alcanza a dar fruto, —insistió
                  ese anciano al ver mi planta que no crecía y se mostraba
                  amarillenta. Y me movió a reconsiderar si estaba haciendo lo
                  necesario.




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