Page 11 - Topiltzin El pequeño Quetzalcóatl
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Topiltzin “El pequeño Quetzalcóatl”



               Llevaba  tres  días  acechando  a  mi  presa,  sólo  me  quedaban  dos
            flechas, no podía fallar. Allí estaba, frente a mí, bebiendo agua, nervioso
            miraba y olía el viento, como si presintiera el peligro: lo confundían el
            lodo y el excremento —suyo— que me había untando sobre el cuerpo.


            El padre sol se posó sobre mi cabeza. Muy lentamente tomé una de las
            flechas y la coloqué sobre el arco, lo tensé a tal punto que casi reviento
            el cuero, respiré profundamente y por un instante cerré los ojos, la solté
            y un pequeño silbido salió de ella al cortar el viento, intentó reaccionar,
            pero fue demasiado tarde, la flecha atravesó su cuello de lado a lado.


            Los demás venados huyeron entre grandes saltos y aunque se echó
            a correr, lo seguí como coyote hambriento a través del caminito de
            sangre que iba dejando sobre piedras, cardones y huizaches, no se
            escaparía. Poco a poco sus fuerzas se desvanecieron y cuando llegué
            ante él, aún estaba tibio. Era un macho joven, le agradecí su carne y
            su piel, la cual alimentaría a mi gente, además de que con él ganaría
            el rango de cazador, por fin sería un flechador de pájaros y tendría el
            respeto de mi pueblo.


            Le extraje rápidamente las vísceras y las arrojé por un barranco para
            distraer a los depredadores, ya que esas tierras eran habitadas por seres
            enormes, le até las patas y lo eché sobre mis hombros. Ahora tenía
            que llevarlo a mi guarida, donde me resguardé por 15 soles. Era una
            pequeña cueva, que cubrí con piedras y ramas espinosas para que ni
            el ratón ni la serpiente entraran. Muy contento tomé mi arco y agarré
            camino, ya no era el mismo, estaba por cumplir 13 años.


            Mis padres estarán muy orgullosos de mí, pensé.  Hasta ese día,
            únicamente había cazado liebres, conejos, codornices, armadillos,
            tuzas, ardillas, ratones y uno que otro tlacuache. Con la carga tan
            valiosa que llevaba, tenía que darme prisa para preparar la carne con
            sal y ponerla al sol, así aguantaría el largo regreso a casa.




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