Page 77 - Donde vive la imaginación
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El cuerpo de Lino estaba suelto y recostado en el corral, con las gallinas y su
            amo alrededor. En los siguientes minutos se exhibió la imagen desbastada
            del sufrimiento que los ahí presentes sintieron. Cuando la resignación pidió
            abrir la puerta, quiso entrar sin miramiento alguno, pero todos sabían que,
            aunque ese fuera el final, el dolor era tan grande que hasta lograba detener
            el tiempo.


            Aunque su cuerpo albino ahora estaba pintado de rojo, él se reflejó en el
            árbol que por muchos días fue su aliado en brindarle sombra. Vio cómo
            se alejaba del corral a paso lento, deseoso de poder subir a la Montaña de
            los Perros, el hogar a donde llegaban cuando éstos perecían. Se detuvo
            un momento para lanzar un ladrido fuerte y así despedirse de todos. Pero
            nadie lo escuchó y sólo observaban cómo su sangre seguía brotando de las
            heridas a la vez que sus ojos iban cerrándose.


            Lino intentó jadear moviendo la lengua y al mismo tiempo quiso mover
            la cola, pero le era imposible. Sus orejas erguidas se entristecieron y lo
            último que vio con sus ojos, casi cerrados, era la manta con la que estaban
            cubriéndolo. Con un suspiro suave volteó a ver a su amo, quien lloraba
            como un niño a moco tendido, y toda su vida e incontables paseos por el
            ejido a su lado, se derrumbaron hasta morir.































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