Page 74 - Donde vive la imaginación
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¡Ah!, porque no les he terminado de decir mi tragedia, no era cualquier
pluma, como las que todos conocemos, yo era una plumita, de esas que
se guardan en el bolsillo, ni siquiera era de las de alto rango de punto
fino, o de gel, que se usan para firmar papeles de negocios, o de las que
sirven para escribir grandes historias, porque no serviría para eso, siendo
tan pequeña cualquier escritor se cansaría de usarme tan seguido.
Me veía en el espejo y no podía aceptar mi apariencia. En la caja donde
estaba había más plumas de plata de tamaño regular y lapiceros de plata
largos y delgados y yo muy pequeña.
Un lapicero alto y fino, vio mi estado de ánimo, se acercó y me dijo: —Que
hermosa pluma, cualquiera que te vea querrá escribir contigo —Sólo alcé
la mirada y contesté: —“No me ves bien, soy muy pequeña, creo que a lo
mucho serviré para poner un punto”.
El lapicero me contó un sinfín de historias para convencerme de que las
plumas pequeñas también son importantes.
Me platicó de una pluma pequeña que acompañó a la reina Isabel II por
todo su reino firmando documentos. Luego de la pluma del Papa Juan
Pablo II que también era pequeña, que la colgaba en su cuello por dentro
de su sotana, la usaba para hacer anotaciones, y que lo acompañó por
todos los días de su vida.
En verdad sus historias me subieron el ánimo. Entonces fue cuando decidí
ser la mejor pluma de plata del mundo.
Un día muy temprano llegamos a nuestro nuevo hogar, todos los lápices y
plumas de plata salimos de la caja donde nos encontrábamos, nos pasaron
al cajón de un escritorio, por cierto era un escritorio grande y bonito, cómo
no, si se trataba de la casa de nada más y nada menos que del escritor de
las caricaturas de Disney. Desde ese día me usan para firmar los contratos
de todas las películas rodeadas de magia y fantasía dedicadas a los niños
del mundo. Por supuesto me volví famosa, después de cada firma aparezco
en todos los espectaculares de las principales avenidas.
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