Page 191 - El magisterio y la vida en verso y prosa
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Los niños también cantábamos, tocábamos panderetas, matracas, maracas
de latón. Había señoras que llevaban castañuelas y, todo esto, le daba a
aquellas melodías navideñas dedicadas al Niño Dios, a María y José y a
todas las criaturas de su entorno rural, como los clásicos burritos y burritas,
que eran los únicos medios de transporte de aquellos lares judaicos.
Un día, previo a las transmisiones al aire de las posadas, me encontraba
dormida en dos sillas de plegar juntas, mientras la tía Himelda y Ketty
ensayaban con la pianista acompañante, algunas de esas tiernas melodías,
cuando sentí que me despertaban y la pianista decía:
Este villancico es cantado por una voz de niña o niño y una voz femenina
adulta. Se refería a la letra y música escritas en un álbum especial que le
llegaba de España con ese tipo de melodías.
Yo, aún semidormida, agarré un papel donde estaban unos versos escritos
y ella, en su piano, tenía la guía melódica. Entonces me dijo: —ve leyendo
el verso mientras toco la melodía, después cantas la letra esa, apegándote
a la música que yo te dé con el piano. Tú, Ketty, vas a cantar la parte del
adulto.
Gracias a que yo aprendí a leer desde los cinco años pude seguir sus
indicaciones, por lo que una vez nada más ensayamos como ella nos dijo
y luego ya nos arrancamos las dos a cantar.
No es autoalabanza, se los juro, pero con mis siete años de por sí la voz, sin
querer, se oía dulce y muy entonada, claro, la voz de Ketty, que de por sí
era bella, le hacía un marco increíblemente hermoso y las notas del piano
parecían suspendidas en el aire.
Fue un éxito la noche de la posada en que debutamos, a todos les encantó.
Decía así:
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