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¡Apúrate a llegar!
¿Por qué llegaste tarde? Exclamó el profesor con voz molesta, es
la tercera vez en la semana que sucede lo mismo. ¡Te quedarás sin
recreo!
Roberto lucía desalineado, cursaba el quinto año de educación
primaria y había aprendido la importancia de llegar a tiempo a base
de regaños, insultos y menosprecios de su profesor y de sus propios
compañeros. Comprendía la importancia de la puntualidad, ya que
su profe les había comentado: “en Japón llegar tarde se considera
una enorme falta de respeto”, si llegas 5 minutos después con un
grupo de 20 personas, llegaste con 100 minutos de retraso. Sin
embargo, hacía todo lo posible por lograrlo, aunque no siempre
era así.
Esa tarde al salir de la escuela el profesor Juan tenía grabada la imagen
de Roberto, que una y otra vez llegaba tarde, su rostro asustado al
escuchar sus reclamos y la nobleza de asentir “no volverá a pasar
maestro”. El suceso había marcado su día y por la noche no pudo
dormir pensando en el pequeño que se esforzaba en la escuela, pero
en su mirada percibía cierta tristeza, un aire de miedo e inquietud,
normalmente no comía, si acaso uno que otro dulce que traía en
su mochila o algo que algún compañero le compartía. Algunos
profesores en ocasiones le invitaban a comer cuando reunidos se
encontraban dispuestos a degustar sus alimentos.
Cierto día como arte de magia al profesor Juan se le hizo tarde,
normalmente no ocurría porque el profesor era un amante de la
puntualidad, sin embargo, ese no era uno de esos días e iba tarde
a la clase. Al aproximarse a la escuela miró la figura de Roberto
que esperaba afuera de su casa con su mochila y sin camisa, a lo
lejos su hermano corría rápidamente a encontrase con él. El tiempo
transcurrió lento mientras el profesor miraba la escena. Roberto
gritaba ¡Apúrate a llegar! Al momento del encuentro, el hermano de
Roberto se quitó la camisa blanca, se la dio a su hermano el cual con
gran agilidad la tomó, se la puso y emprendió la carrera a la escuela
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