Page 83 - Preludio los días de mi juventud
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Capítulo XVIII
Las serenatas en Copala
Por las tardes salía a entrenar con el equipo de básquetbol
para estar en buena condición física e irnos al Torneo Regional
que se efectuaba del 26 al 29 de diciembre, donde daríamos una
buena exhibición de cómo se juega al baloncesto en un torneo de
compromiso.
Terminando el entrenamiento regresaba a casa, me daba un buen
baño con el agua que acarreaban mis hermanitos, pedía permiso a
mi mamá, afinaba la guitarra y me iba de visita a la casa de mi tía
Filemona Gutiérrez –yo le decía mamá Monche–, hacía cantar a mi
prima hermana Leobarda Zárate Gutiérrez, hasta que agotaba su
repertorio, mis primos hermanos eran unos niños, oían con mucha
atención el sonido de la guitarra y las canciones que su hermana
cantaba; mi mamá Monche y su esposo Payeyo, disfrutaban esos
momentos.
Cuando mis compañeros colegiantes se dieron cuenta de mi
habilidad guitarrística y el canto, me invitaron para llevar serenata
a las muchachas preferidas de Copala, iban por mí a la casa de mis
padres, les pedían autorización y si ellos decían que vaya, nomás que
no regrese tan noche, afinábamos las guitarras y a llevarles el gallo a
la prima, a la amiga o a la novia; al otro día se oían los comentarios
en el mercado, de a quiénes les habían llevado serenata; y es que con
las guitarras y canciones, hacíamos que se les fuera el sueño a las
muchachas y a las personas que nos escuchaban.
En ese tiempo la mujer recibía un trato preferencial, se le veía como
un tesoro, se le admiraba por su fidelidad, no se le pegaba ni con el
pétalo de una rosa, respetábamos a las muchachas, las tratábamos
con dignidad, a ellas y a sus familiares; jamás salieron de nuestros
labios insultos o agravios hacia ellas, cultivamos el respeto con toda
la gente de nuestro pueblo, eso dio como resultado la confianza de
hombres y mujeres hacia los estudiantes de Copala, y permitieron
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