Page 80 - Preludio los días de mi juventud
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dolor; pero con dolor o sin él, ponía a hervir en un jarro de barro
            los remedios de coraje y me purgaba; después del purgante venía
            la recompensa, depositaba en mis manos el dinero para pagar la
            entrada al baile el fin de semana e invitarle el refresco a la novia
            o la pareja que bailaba conmigo; pero eso sí, también iba a verme
            bailar  para darse cuenta qué muchacha  traía  de  pareja.  Ante  la
            demostración de su cariño, la complacía con un poco de arte musical,
            afinaba la guitarra y la hacía bailar cantándole canciones románticas,
            bambucos y chilenas hasta que se cansaba.


            Donaciano Morales, mi Pachano, fue un hombre a quien reconocí
            como abuelo, me cargó en sus brazos  desde niño, fue marido de
            mi abuela Teresa Gutiérrez y vivió con nosotros por varios años,
            hasta que se separó de mi abuela, mi mamá le daba los alimentos
            porque mi abuela viajaba con frecuencia atendiendo sus actividades
            comerciales; él correspondía trabajando en el campo junto a mi
            papá, manejaba el machete y el hacha con mucha destreza, sabía
            hacer su faena.

            Desde temprano por la mañana acompañaba a don Chon Doroteo a
            trabajar en la milpa, levantaban corrales y toda clase de menesteres
            inherentes a  la  labor  de  los campesinos. Al  llegar  el  tiempo  de
            la  cosecha, repartían  entre  ambos lo  que la lluvia y la tierra les
            producían, daba gusto ver el trabajo de esos dos hombres.


            Pachano era tan bondadoso conmigo, que al darse cuenta de la
            próxima fiesta a la que asistiría, me daba de su dinero para gastar.
            Siempre que se dirigía a mí, decía mi hijo Aniano, y los fines de
            semana que se echaba sus alcoholes, me hablaba con más cariño. A
            él le gustaba verme con las muchachas, le encantaba oírme tocar la
            guitarra, cantarle las canciones nuevas que se oían por radio, o en
            el tocadiscos que había en la plaza principal de Copala; le gustaba
            oírme hablar en público, en el momento que terminaba mi discurso
            él gritaba, ese es mi hijo Aniano. Por la tarde, al regresar de la huerta
            del Carrizo, traía en su morral cocos pelados, al verme decía, te traje
            estos cocos de agua pa’ que te los bebas.




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