Page 55 - Topiltzin El pequeño Quetzalcóatl
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uemac y acompañado por oficiales de todos los oficios, plateros,
herreros, carpinteros, oficiales de plumas, pintores, músicos.
Ya era un joven alto, fuerte, de larga y negra cabellera; llevaba
una vestimenta blanca bellamente bordada con cascabeles de oro,
sandalias azules, la faja que le tejió mi hermana sobre el maxtlatl, el
caracol de su padre en el pecho, un gorro de piel de jaguar forrado
con fino algodón, cocido con hilos de plata, rematado por largas y
preciosas plumas de quetzal, un maravilloso escudo en una mano y
un bastón en forma de espiral en la otra.
No podía acercarme a él, así que mandé a mi pequeña con un collar
de la flor de maíz: al intentar dárselo, un uemac la detuvo, pero
la dejó pasar cuando Topiltzin levantó su bastón. Mi niña le pidió
permiso para colocarle la humilde ofrenda. Él se agachó y permitió
que le pusiera el collar y con una sonrisa sacó de su morral algo que
le entregó.
Ella corrió rápidamente a donde me encontraba. Topiltzin no la
perdió de vista hasta que su profunda mirada hizo contacto con
la mía, me sonrió sutilmente, sabía que ese collar representaba a
Mahetsi, me había reconocido; llamó a uno de sus hombres y siguió
su camino. Abracé a mi hija, quien me mostró su manita, era un trozo
de amaranto con miel envuelto con pequeñas plumas de colibrí.
Tiempo después, llegó un grupo de toltecas a mi pueblo preguntando
por mí. Me pidieron que los acompañara ante la presencia de Ce
Acatl Topiltzin Quetzalcóatl. No lo dudé y partí con mi familia
rumbo a la gran Tollan–Xicocotitlán, capital de los toltecas y ciudad
de la Serpiente Emplumada.
Topiltzin llevó a cabo su transformación: hijo de un guerrero y una
noble mujer cazadora, se convirtió en un ser de conocimiento, luz,
verdad, un ser incorruptible, dotado de grandes virtudes, justo, sabio
y bueno, un ser celeste, un hombre–dios, un príncipe Serpiente
Emplumada.
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