Page 54 - Topiltzin El pequeño Quetzalcóatl
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Regresé a casa, curé el caracol que me había regalado, lo tocaba muy
            seguido, y sembré el maicito para mantener esa semillita siempre
            viva. La vida no se detiene, así que seguí con la mía, me casé y me
            convertí en padre de una preciosa niña y dos tremendos chamacos.
            Kuilti el viejo y leal perro murió quizás de tristeza al no ver más a
            su gran amigo Topiltzin.


            Cada año las sequías empeoraban y se prolongaban, esos toltecas
            tenían más sed de sangre y más poder sobre las tierras. Empezamos
            a desplazarnos más lejos de las sagradas fuentes de agua, fue un
            periodo de obscuridad, habían trascurrido ocho años.

            Y no fue hasta el año 3–acatl 4–tepatl 5–calli cuando se corrió el
            rumor por toda la Teotlalpan de que un grupo de guerreros toltecas
            había ido a Huapalcalco por un joven caudillo para que fuera su
            gobernante.


            Decían que después de estar en Cholula partió a los 16 años para
            Tollantzinco y que llevaba cuatro años en meditación, penitencia,
            oración y ayuno cerca de una laguna, en una casa de tablas verdes
            que él mismo había construido. Contaban que adornaba las espinas
            con las que se hería, con turquesas, esmeraldas y corales, y se hacía
            brotar la sangre para el sacrificio, ofreciendo además serpientes,
            pájaros y mariposas.


            Sabía que se trataba de Topiltzin, él habló sobre los sacrificios en el
            gran Xicócoc. Mi corazón se llenó de alegría, muy pronto pasaría
            por estas tierras, así que me apresuré para contárselo a mi pueblo,
            la profecía de la venerada abuela se había cumplido.


            Jerarcas de lugares lejanos comenzaron a llegar a Tollan, estaba
            cerca, cada vez más guerreros custodiaban las tierras por donde
            pasaría, así que fui a esperar lo más cerca que pude.


            Al tercer día, una enorme multitud de gente, tlatoanis y guerreros
            pasó frente a mí. Después, Topiltzin, custodiado por cuatro enormes




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