Page 50 - Topiltzin El pequeño Quetzalcóatl
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—Mira lo que cambié por una concha: teocintle, así lo llamamos.
                  Mahetsi se va a poner muy feliz. Además, me encontré con
                  mercaderes de mi pueblo, les pregunté sin que sospecharan
                  sobre los asesinos de Mixcóatl, me contaron que habían muerto
                  en batalla y que sus padres, mis abuelos, están enfermos. Así
                  que comamos y bebamos bien, porque quizás ésta sea la última
                  vez que lo hagamos.


            Tomamos camino rumbo a Doxey, cruzamos un primer río a través
            de un puente colgante de gruesos lazos de ixtle, seguimos adelante,
            el gran Xicócoc atestiguaba nuestro andar. Nos dimos cuenta de que
            ya estábamos cerca cuando escuchamos el sonido que provenía de
            un caudaloso río.


               —Un puente más y por fin estaremos en la gran Mamenhi —le
                  comenté a Topiltzin—. Tiempo atrás, los abuelos construyeron
                  un puente enorme y sólido.


            Pero nos llevamos una desagradable sorpresa, los toltecas lo habían
            derribado para proteger su nueva ciudad. Vimos unas pequeñas
            canoas, pero al cruzar en ellas seríamos arrastrados por la fuerza del
            agua. En eso, tras el sonar de un caracol, dos manguas aparecieron
            entre los matorrales y los frondosos ahuehuetes. Con su fuerza y
            tamaño podrían cruzarnos sobre las canoas. Y así fue: echamos
            nuestra carga y atravesamos el llamado río Tula con la ayuda de los
            temidos mangua.


            Inmediatamente nos recibió una comitiva enviada por el soberano
            de esas tierras. Ya sabían de nuestra llegada, seguramente un
            veloz mensajero llevó la noticia. Nos condujeron por un sendero
            y pasamos varios pasillos,  estaban construyendo sobre los muros
            de mis ancestros, los cubrieron con lápidas labradas con la silueta
            de jaguares, coyotes y águilas devorando corazones, que parecían
            caminar con nosotros por la luz que cruzaba desde lo alto.







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