Page 48 - Topiltzin El pequeño Quetzalcóatl
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—No tengo más destino que el que luchar por la vida de Mahetsi.
Si mi destino es morir antes de que caiga el sol, que así sea, los
dioses pueden esperar, no hay honor más grande que morir
luchando. Ya hiciste demasiado y te lo agradezco, ahora me
toca hacer mi parte.
—Está bien, entiendo. ¿Cuál es tu plan?
—Nos vestiremos como los pochtecas y llevaremos varios
productos como ellos. Al llegar a su tierra amurallada, nos
preguntarán quién nos envía, yo responderé, confíen en mí.
—¡Está bien!, —y me dirigí al resto—. Ya escucharon, preparen
los ayates con ollas, ixtle, miel, cal, y busquen un nuevo petate
para el bulto de los caracoles.
En eso, tomó un precioso caracol blanco y me lo entregó:
—Éste es para ti, con él podrás llamar al viento para que traiga la
lluvia o cuando la nostalgia llegue a tu corazón.
Salimos esa misma tarde rumbo a la tierra amurallada. Desde lejos
veíamos los guardianes que protegían las entradas y escuchábamos
los caracoles que anunciaban nuestra llegada.
Topiltzin nos pidió que no habláramos, pues se darían cuenta de
nuestra lengua y sospecharían. Un enorme guerrero águila, que
portaba sus insignias, nos alcanzó, mientras éramos vigilados por
más arqueros desde la cima de los cerros.
El guerrero comenzó a hablar y Topiltzin le contestó en su lengua.
Me desesperé, pues no entendía nada, hasta comencé a sudar, no
sabía lo que decían; Topiltzin abrió su bulto, al verlo, el guerrero
se maravilló, tomó un puñado de conchas y se dirigió a mí con una
profunda mirada. Tomé el filoso pedernal que había colocado debajo
del bulto que llevaba para estar preparado.
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