Page 46 - Topiltzin El pequeño Quetzalcóatl
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Pasó varios días con calentura y delirios, no había probado alimento,
            estaba muy débil. Cuando lo vi mejor, me acerqué a él para hablarle:

               —Todo estará bien, sólo tenemos que buscar la manera de cruzar
                  esa tierra amurallada sin ser vistos.


               —El bulto, el bulto, en el cerro de las Cuatro Puntas…, —dijo con
                  mucho esfuerzo.


               —No entiendo, ¿a qué te refieres?


               —¿Recuerdas —tosió un poco— de lo que transportaba
                  antes de que nos conociéramos? Traía un bulto repleto de
                  caracoles y conchas, si lo conseguimos podremos cruzar
                  como comerciantes frente a  sus narices, no tendremos que
                  ocultarnos.


               —¡Claro!, ¡es una gran idea! Organizaré un grupo de los mejores
                  guerreros para ir por ese bulto.

               —Yo voy con ustedes —y trató de incorporarse.


               —No, tú no vas a ningún lado, yo iré con ellos, te prometo que
                  regresaré con el bulto. Mis padres te cuidarán.


            Y sin pensarlo, partimos 20 de los mejores guerreros y rastreadores
            del pueblo rumbo a Mañutzi. Sabía que corríamos riesgo, ya que esas
            tierras eran dominadas por los mangua, pero esta vez ni ellos ni nadie
            nos detendrían. Pusimos en práctica todas nuestras habilidades para
            librar cualquier peligro, no en vano éramos temidos y respetados
            por la fuerza y el talento que demostrábamos.


            Después  de varios  días, llegamos.  Era verdad lo que me contó
            Topiltzin: encontramos los restos de un uemac ya convertido en
            piedra, los zopilotes seguían limpiando los recovecos de su enorme
            cráneo.




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