Page 44 - Topiltzin El pequeño Quetzalcóatl
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muy pronto conocería el dolor más grande de su vida?, no lo podía
            comprender. ¿Acaso enfermaría?


            Al día siguiente, fui a buscarlo. La abuela lo vio salir muy temprano
            en busca de flores. Sabía en dónde podría estar.


            No lo reconocí, estaba muy elegante, se había pintado dos líneas
            sobre el rostro, una roja y otra negra, llevaba una manta bordada
            como capa, el cincho que elaboró Mahetsi, un gorro con la piel de
            jaguar que le di decorado con plumas, el caracol que su padre le dio
            en su pecho, un bastón que sostenía su mano, y junto a él, kuilti.


            Parecía el hijo de un gobernante.

               —Cómo amaneció hoy tu corazón, Topiltzin —lo saludé y me
                  percaté de que cargaba un buen ramo de flores de diente
                  de león—. ¿Por qué esa flor y no la flor de orquídea, la de
                  garambullo o la de nopal?,  —pregunté con curiosidad.


               —Ninguna de ellas tiene las características de tu hermana. Sólo
                  esta flor la representa, ya que crece en el campo libremente
                  y no se puede sembrar ni cultivar en los patios de las casas.
                  Mahetsi así es, única, libre y hermosa.


            No pude refutarlo, su palabra era verdadera.


            De vuelta, lo noté algo nervioso. Me preguntaba a cada rato cómo
            se veía.

               —¿Qué puedo hacer yo, si mi hermana tiene gustos tan malos?,
                  —terminé por contestar y echamos a reír.


            Ya con mis padres y después de cumplir con todas las formalidades,
            Topiltzin preguntó si lo consideraban digno para cortejar a su hija.







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