Page 40 - Topiltzin El pequeño Quetzalcóatl
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seguramente fue el aguamiel que le había fermentado a Topiltzin,
pero él lo negó, también mi hermana.
Los ojos comenzaron a ardernos, hasta que descubrimos que
estábamos en el hogar de un pequeño zorrillo. Estuvimos a punto de
salir, pero escuchamos pasos y voces que se acercaban. Tomamos
nuestros arcos, sólo era cuestión de que movieran el matorral que
cubría la entrada para acabar con nosotros, pero nada, al parecer se
habían marchado.
Nos disponíamos a decidir qué hacer, cuando el matorral se movió.
Apuntamos simultáneamente todos al mismo lugar: era kuilti, quien
nos había seguido todo este tiempo. ¡Qué susto nos pegó!, pobre,
tenía mucha sed y hambre, le dimos aguamiel y un trozo de carne y
nos dormimos.
Aún con el sereno, nos levantamos y seguimos nuestro andar sin
ningún problema, ya que era época de secas, logramos cruzar el
inmenso río que nos separaba de nuestro destino final. El padre sol
estaba saliendo, mi hermana tapó los ojos de Topiltzin con una faja
con preciosas flores y palomitas tejidas por ella misma en su telar de
cintura y caminamos un poco más.
Cuando Mahetsi le descubrió los ojos, comenzó a llorar; no lo podía
creer, estaba muy contento y nos abrazó como agradecimiento.
Habíamos llegado a las faldas de la gran montaña del Xicócoc.
Comenzamos a subir, en verdad parecía que Topiltzin conocía
el lugar. Al llegar a la enorme grieta, se sentó sobre una piedra y
contempló aquel paisaje maravilloso, después buscó con la mirada
algo en las paredes de la cueva, hasta que lo encontró y nos mostró
unas pinturas que jamás había visto, y eso que había estado muchas
veces ahí. ¿Cómo supo de esas pinturas?, ¿quién era?
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