Page 38 - Topiltzin El pequeño Quetzalcóatl
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Le advertía que era muy peligroso, más aún porque esas tierras
estaban ocupadas por los invasores, y dejaba a un lado esa loca idea.
Poco a poco fue adaptándose a nuestra forma de vivir, luchar y cazar;
aprendió a usar la honda y el atlatl, a realizar nuestros rituales para
los muertos y nuestros juegos; a trabajar la piedra, el mezquite y el
maguey para la construcción de nuestras casas con piedra y adobe,
a sacar la fibra de las pencas, a hilar con el malacate, a recolectar las
pitayas, los xamues y los capulines.
Conoció a nuestros pintores, quienes plasmaban la historia del
pueblo en fino papel de hoja de maguey y piel de venado, visitó
los lugares en donde estaban pintados nuestros padres y madres
creadoras, todas las tardes al descansar nuestro padre sol, Topiltzin
se sentaba alrededor del fuego a escuchar la palabra de los bädi, los
sabios, también a los venerados astrólogos, parteras, curanderos y
las sabias que leen los cielos y las semillas del maíz.
Recorrió muchos lugares, le enseñamos un poco de todo. Cada
vez era más fuerte y de noble corazón, no cabía duda, Topiltzin ya
era uno de nosotros. Dos cosechas de tunas y nopales se habían
cumplido desde el día en que lo conocí, así que le celebramos una
pequeña fiesta.
Mi madre y unas vecinas prepararon riquísimos alimentos desde
temprano, los molcajetes estaban repletos de salsas de chile con
xoconochtles, el metate no paraba de moler el nixcómil para las
gruesas tortillas, las cuales se cocían en el enorme comal de barro, los
frijoles hervían con su rama de epazote, los chiquihuites mantenían
calientitas las tortillas.
Se sirvieron calabazas con verdolagas, chilacayotes en miel de
maguey, agua de garambullo, tortillas de mezquite, chayotes asados,
tamales y un guajolote cocido bajo la tierra, ¡una delicia!
Topiltzin era muy querido por todos, siempre ayudaba y compartía
sus conocimientos. Mi abuela le regaló una hermosa manta de
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