Page 39 - Topiltzin El pequeño Quetzalcóatl
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algodón bordada; mi abuelo, un bastón macizo de huizache con la
forma de su caracol; yo, un trozo de piel de jaguar como muestra de
respeto y de su valentía al enfrentarse con los mangua; Mahetsi, un
precioso collar de flor de maíz que elaboró en el fogón de la abuela.
Se echan los granos de maíz en una olla caliente con un poco de
grasa de coyote hasta que revienten y se conviertan en una deliciosa
florecita blanca.
Mi amigo nos agradeció por haberlo cobijado como parte de la
familia, de este gran pueblo de cazadores y guerreros. Después de
comer, mi hermana y yo nos reunimos con él.
—Ven, síguenos, te tenemos una última sorpresa —le dije con voz
sospechosa.
—¿A dónde vamos?, —preguntó dudoso.
—Tú camina y no preguntes, es algo especial.
—Está bien.
Lo llevamos por veredas y barrancos que conocíamos muy bien,
eran “las tierras del cerro del Tezontle”, Tezontepec. El intenso
calor nos resecó la boca, así que nos detuvimos en las magueyeras
donde sabíamos que había magueyes raspados, y con las jicaritas
que llevábamos extrajimos su delicioso y dulce néctar.
Topiltzin cortó un trozo de carrizo y se trepó entre las pencas
para beberlo directamente, parecía colibrí chupando una flor.
Recuperamos la fuerza y seguimos nuestra marcha, ya estábamos
cerca, pero presentí que algo o alguien nos seguía. Sólo les pedí que
estuvieran atentos.
Al anochecer, nos refugiamos en una pequeña cueva, estábamos
muy cansados, por lo que rápidamente nos quedamos dormidos. En
eso, un olor penetrante nos despertó. ¡Alguien se echó un pedo!,
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