Page 37 - Topiltzin El pequeño Quetzalcóatl
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Al amanecer, me sentía todavía adolorido. Mi hermanita me pidió
que la acompañara por agua, pero no logré levantarme, el efecto de
la bebida se había ido y el dolor era muy fuerte. Topiltzin se ofreció
a ir con ella, él estaba descansado.
Mahetsi se dio la vuelta y agarró su cántaro, Topiltzin tomó otro
cántaro y sin dudarlo fue a alcanzarla. Me quedé a dormir. Más tarde
regresaron, escuché sus risas, mi hermana agradeció la ayuda y se
retiró.
—¿Cómo les fue?, —pregunté a mi amigo.
Al principio no quería decirme nada, pero insistí.
—Es única, inteligente, fuerte y tiene un gran sentido del humor.
Tenía mucho que no oía reír a Mahetsi, porque desde que llegaron
esos toltecas comenzaron a buscar pelea con los hombres del pueblo
para capturarlos y llevarlos como ofrenda a sus dioses, pero ahora
están viniendo por las niñas que no han tenido su ciclo lunar.
Por eso ha estado triste, pero mira quién le vino a alegrar el corazón
y le di una palmadita en la espalda.
—Hay algo especial en lo profundo de sus ojos color ámbar que
no te puedo explicar —dijo Topiltzin tímidamente—. Y en su
voz y en su sonrisa, y en sus largas y negras trenzas… Creo que
estoy confundido.
—Creo que tu corazón ya no te pertenece, y soltamos una
carcajada.
Los días pasaron y Topiltzin seguía con la inquietud de ir al cerro del
Xicócoc, quería conocerlo desde que lo vio en uno de sus sueños,
decía que lo llamaba.
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