Page 32 - Topiltzin El pequeño Quetzalcóatl
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Caminamos entre las penumbras durante mucho tiempo, la conocía
perfectamente, porque mis abuelos la usaron cuando lucharon
por sus tierras. Cuando salimos por el otro lado, el padre sol nos
recibió como si naciéramos de nuevo. Desde ahí fuimos testigos de
la inmensidad de la gran Teotlalpan.
—¿Dónde es ese espejo de agua?, —preguntó Topiltzin señalando
al frente.
—Es Comandehe, “donde abunda nuestra agua”, allí realizábamos
nuestra ceremonia de petición de lluvia. Todo ese territorio
que alcanzas a ver alguna vez fueron nuestras tierras de cultivo,
donde cazábamos, recolectábamos frutos y sembrábamos
frijol, maíz, chile, calabaza y algodón.
—¿Puedes observar aquel monte enorme al horizonte?
La bruma cubría el majestuoso Xicócoc, que poco a poco se dejó
entrever.
—Sí, lo veo, yo he estado ahí, lo conozco, lo he visto en mis
sueños. Tengo que ir.
—Eso va a estar difícil, ya que no es tan fácil llegar a él. Pero
mira, junto se encuentra nuestra gran ciudad, Mamenhi.
Tristemente, desde la invasión de los toltecas tuvimos que
replegarnos, pues el tributo que nos exigían era mayor a lo que
podíamos cazar y recolectar.
Muchos decidieron quedarse y sumarse en las labores de
construcción, del campo o al servicio de sus teocallis, otros más
se unieron como guerreros de sus nuevas fronteras. Quienes no
lo hicimos tuvimos que ir en busca de otros lugares en tierras tan
lejanas como Tze Tkáni, “lugar de verdolagas”, por eso tenemos que
habitar en cuevas o en barrancas en busca de agua, ya que también
tomaron el río.
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