Page 29 - Topiltzin El pequeño Quetzalcóatl
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Vi a esos seres gigantes ocultos entre las barrancas, de cabellos largos
y cubiertos de barro para confundirse con las rocas, se sostenían
con unos largos y gruesos bastones. Tomaron a otro compañero y lo
partieron en dos como si fuera un carrizo seco.
Corrimos por todos lados, no había escapatoria, uno a uno los atrapó.
Me quedé inmóvil en lo alto de una peña, entre una gran grieta. Uno
de ellos intentó aplastarme, saqué un caracol para defenderme, creo
que alcancé a herirlo, pues se enfureció más y me acertó un golpe
con su bastón. Caí a la orilla de la peña.
Siete Perros lo enfrentó furiosamente con su arco, las flechas
parecían pequeñas púas en su cuerpo, se trepó a su espalda y con su
macuahuitl logró derribarlo. Entre la gran polvareda que provocó la
caída del gigante, Siete Perros se acercó a mí y me entregó el trozo
de piel que llevaba la ruta de nuestro camino:
—Tú podrás cambiar las cosas en estas tierras —me dijo con
una mirada profunda—. Estos tiempos son de oscuridad, son
los tiempos de Tezcatlipoca, “el ojo que ve de noche”, señor
de los jóvenes guerreros, juez y vengador, omnisciente y
omnipresente.
En eso, un gigante salió detrás de él y lo tomó por la cabellera, le
arrancó la vestimenta y le mordió el rostro. Nunca dejó de luchar,
esa fue la última vez que lo vi.
El peso de esos seres provocó el derrumbe de la barranca donde me
encontraba, así que volví a caer, ahora con más fuerza, con todo y
bulto. El tiempo se detuvo mientras rodaba; al topar con el suelo,
sólo escuché el tronido de mis huesos o el de los caracoles. Rocas
y pedazos de tierra cayeron sobre mí. No sé cuántas horas estuve
inconsciente, creí que había muerto, pues oía la voz de mi madre.
“Él te pondrá a prueba, aprecia tu valor pues es Dios, el señor es
un gran protector, es amparador, es poderoso. Porque Dios es tu
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