Page 31 - Topiltzin El pequeño Quetzalcóatl
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—Después de unas horas de camino, me senté bajo un huizache
                  para tratar de averiguar en el trozo de piel que me entregó
                  Siete Perros en dónde me encontraba. Busqué el cerro de
                  las Cuatro Puntas: yo estaba al lado opuesto, donde el dibujo
                  señala la parte trasera de un perro; por lo tanto, intuí que me
                  ubicaba en territorio de Itzcuinquitlapilco, “la última frontera
                  chichimeca”. El hambre y el cansancio me afectaron, necesitaba
                  agua. Afortunadamente kuilti olfateó las pieles que tenías en la
                  cueva, nos dirigimos hacia ella y el resto de la historia ya la
                  sabes.


               —Te creo, tu palabra es verdadera —expresé—. Descansemos,
                  vayamos donde no hay tiempo ni gravedad, donde se reúnen
                  todos los espíritus. ¡Mañana llegaremos a mi pueblo!


            Topiltzin se sumergió en un sueño profundo. Apagué el fuego. El
            cielo estaba completamente estrellado, sólo se escuchaba el canto
            tímido de las ranas y los grillos solicitando a la gran serpiente de
            agua que mandara la nube y dejara caer la venerada lluvia.

            Me disponía a cerrar los ojos, cuando escuché unos ruidos que kuilti
            también percibió, pues se fue a esconder atrás de unas piedras. Eran
            los mangua, quienes caminaban sobre la falda del cerro, atraídos
            seguramente por el olor de la carne que transportábamos. No había
            tiempo qué perder, desperté a mi amigo y con señas le indiqué que
            los gigantes estaban cerca. En su mirada percibí el terror de un niño
            que hacía algunos días se había enfrentado a ellos.

               —Calma, yo te protegeré —dije casi susurrando.


            Con mucho cuidado tomamos nuestra valiosa carga y nos dirigimos
            sigilosamente a un extremo del juego de pelota, donde había una
            entrada oculta por un huizache, la cual conducía a través de una
            larga caverna al corazón de la tierra.







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