Page 34 - Topiltzin El pequeño Quetzalcóatl
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—¡Ya  nos hacía  falta  lavarnos  las  nalgas!,  —exclamé,  y  nos
                  echamos a reír.

            El baño nos dio hambre y sed, por lo que emprendí la tarea de buscar
            un hormiguero; cuando lo encontré, con mucho cuidado apoyé la
            oreja sobre él para escuchar el agua de manantial que corre bajo la
            tierra.


            Escarbamos y después de un rato brotó la fresca y transparente
            agua, tomamos toda la que pudimos y llenamos nuestros guajes. Al
            finalizar, colocamos una piedra y algo de tierra en el hoyo para no
            molestar a las trabajadoras hormigas.


            Ahora sólo teníamos hambre. Seguí el caminito de otras hormigas
            hasta encontrar el nido, donde su mamá deposita los huevecillos.
            Nuevamente a  escarbar  y en un  cacho de penca  recogimos los
            escamoles, chica picoteada se llevó Topiltzin, pues nunca había
            hecho  algo  así.  Luego  buscamos  en  las  raíces  de  los  pequeños
            magueyes sabrosos chinicuiles.

            Hicimos fuego y con mi cuchillo de pedernal abrí una gruesa penca
            de nopal, le agregamos los escamoles, los chinicuiles y una que otra
            hierba, lo cosí con la púa y el ixtle de maguey y lo coloqué sobre las
            rojas brasas del mezquite. Mientras esperábamos a que se cociera,
            nos pusimos a contemplar ese valioso cuero pintado. ¡Ah, qué
            comida nos dimos! Ya satisfechos, nos echamos a dormir un rato.


            Recuperados de todo el trayecto, levantamos nuestras cosas y
            proseguimos. Al atardecer llegamos a mi pueblo, lancé un silbido y
            un grito de guerra para dar señal de que lo había logrado. Los más
            pequeños fueron los primeros en recibirnos, salieron de todos lados
            de las cuevas como jicotitos, nos querían ayudar.


            Después aparecieron mis padres, luego los venerados ancianos
            y al final la sabia y el sabio del pueblo, ellos eran quienes en una
            ceremonia nos cortaban el cabello y nos daban nuestra insignia de
            flechadores de pájaros. Les presenté a mi acompañante:




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