Page 25 - Topiltzin El pequeño Quetzalcóatl
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soy temido y amado porque soy Siete Perros, y no hay honor
más alto para un guerrero que morir en el campo de batalla…
—Se ponía a cantar y bailar con su gran lanza. Creo que estaba un
poco loco.
Interrumpí a Topiltzin, pues era hora de partir, nos llevaría tres días
llegar a casa. Montamos la carga sobre nuestra espalda con la ayuda
del mecapal, tomamos un bastón y emprendimos el andar por estas
peligrosas tierras.
Aún tenía muchas dudas. ¿Cómo llegó hasta acá, si en esta región
abundaban los atracadores?, mientras bajábamos lentamente la
peña, me limité a enseñarle algunos nombres de plantas que a la vez
cortábamos para usarlas más adelante. Aprovechamos para disfrutar
frescos garambullos, kuilti nos habría camino.
Detuvimos la marcha hasta caer la tarde, estábamos cerca de un
juego de pelota abandonado que se encontraba en la cima del cerro
del Bonzha. Conocía muy bien ese lugar y sus recovecos, donde
podría ocultar la carne y las pieles. Prendimos fuego para cocinar las
lagartijas, los nopales y los quelites que recolectamos en el camino.
Satisfechos, nos recostamos para admirar la noche estrellada:
—¿Qué te motivó a venir a estas tierras?
Respiró profundamente…
—Después de un tiempo de comerciar todos los productos, era
hora de seguir la ruta, esta vez rumbo a Huexotla, “la tierra de
los sauces”, con una carga conformada por oro, chalchihuites,
finas resinas, gomas, copal, mantas, y hombres y mujeres atados
de sus manos sobre larguísimos otates, entre otras cosas más.
Estábamos a punto de partir cuando Pochtecateuctli llamó a
Siete Perros y a dos más de sus guerreros de confianza. Alcancé a
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