Page 22 - Topiltzin El pequeño Quetzalcóatl
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Aproveché para preparar mis pieles para el regreso a casa mientras la
carne se secaba. Más tarde nos dispusimos a comer algo, necesitaba
fuerzas para el camino. Le ofrecí algunas pieles pequeñas a cambio
de que me ayudara a cargar mis cosas, no lo dudó ni un momento,
además creo que estaba agradecido conmigo.
—Con mucho gusto te ayudo —expresó, mientras sacaba un
mecapal de su morral—. Mira, con él transportaba la carga que
perdí.
—Por un momento no comprendí a qué se refería, así que mejor
le pregunté qué había en las tierras del Señor del Trueno…
Entonces, él prosiguió su relato:
—Entre más nos acercábamos a Tajín, el calor y la humedad tenían
menos compasión. En algunos momentos la respiración me
faltaba, sentía que en cualquier instante caería con mi carga.
Luego, nuestro señor Tláloc nos envió días y días de lluvia,
como si las nubes jamás se secaran. Tenían razón los abuelos,
más de una vez pensé en retroceder mis pasos.
—¿Qué te hizo seguir?, le pregunté.
—No tenía opción, tenía que continuar, le pedí a mis ancestros
que me dieran la fortaleza para seguir y conforme avanzaba vi
paisajes que no puedo explicar con palabras, aves y animales
de diversas formas y colores, monos e infinidad de insectos,
cascadas de agua que caían de lo más alto de la montaña y
cómo olvidar los molestos moscos.
Yo fui protegido por los dioses, ya que algunos murieron de calentura.
También fui parte del dolor y el llanto de quienes serían entregados
para sacrificio o como esclavos: hombres y mujeres, a quienes
vestían con joyas y ropas muy finas y, una vez intercambiados,
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