Page 17 - Topiltzin El pequeño Quetzalcóatl

Aprendí a ser obediente, diligente y respetuoso, y a no avergonzar a
mis ancestros; así mismo, conocí la historia de los pueblos, algunos
libros sagrados y el arte de los señores de las tintas roja y negra, los
tlacuilos, los pintores.

Al cumplir los nueve años pregunté por los restos de mi padre y junto
con mis abuelos realizamos todos los preparativos para enterrarlos
en donde correspondía por su rango, linaje y valor.

Estaba por terminar el ritual, cuando llegó el tío que lo asesinó,
tratando de impedir que allí descansara. Comenzamos a forcejear,
su macuahuitl se cruzó con el mío, aunque él era mayor, percibía mi
fuerza y coraje, así que le lancé otro golpe, que esquivó, pero perdió
el equilibrio y cayó de las alturas sobre unas gradas, y murió.

Estaba seguro de que mis otros tíos pronto buscarían venganza,
pero esta vez no sabía a dónde ir, así que abandoné el telpochcalli.

Mis abuelos una vez más vieron por mí, sabían que quienes nacimos
en el año ce acatl tenemos la fortuna del comercio, el mejor augurio
para los que van de tráfico y aventura a tierras lejanas, y sin dudarlo
recurrieron a los grandes comerciantes que estaban a punto de
partir a traficar sus productos a las tierras del aire caliente.

Para nuestro pueblo es una tradición que algunos pequeños se
sumen a las caravanas de los grandes mercaderes. Unos como
ofrenda, otros para pagar algún favor de los dioses y algunos más
para ser educados y corregidos.

Me despojé de mis vestimentas de algodón, mis sandalias, mi túnica,
mi tocado y me vestí como uno de ellos. Mi abuelo me ofrendó ante
el señor de los pochtecas y me convertí en un tlameme, un cargador.

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