Page 21 - Topiltzin El pequeño Quetzalcóatl
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Me regaló este xoloitzcuintle, medio moribundo, lo acababa de
destetar, por eso estaba muy flaco y lombriciento como para
comérselo. Me dijo que, si sobrevivía, me lo quedara. Y mira qué chulo
está, lo bueno que come de todo y no es latoso, me ha acompañado
desde entonces, conoce mi andar, es mi fiel compañero…
La madre luna ya se dejaba ver. No me había percatado de cuánto
tiempo había pasado.
—¿Cómo se llama?, —le pregunté.
—Kuilti, Pintito.
Sí le quedaba ese nombre, tenía manchas en su cuerpo y estaba todo
xhirgo. Parecía más un cacomixtle que un perro, pero bueno, era su
perro. Y continuó:
—Desde ese momento, Siete Perros me enseñó muchas técnicas
de cacería y cómo encender el fuego bajo la lluvia, a imitar
los sonidos de los animales y a nombrar el mundo desde su
lengua. Por él es que puedo entender tu palabra.
—Ahora comprendo, es tu maestro —dije, y el cansancio comenzó
a vencerme. Lentamente su voz se alejaba de mí.
—…Que nuestro cuerpo descanse, pero que el pensamiento esté
atento y nuestro corazón no deje de latir como el aleteo del
colibrí —alcancé a escuchar.
A la mañana siguiente, no estaban ni él ni su perro ni la carne. ¡Me
traicionó! Pensé, mientras me incorporaba tomé mi macuahuitl,
estaba echando espuma por la boca. Pronto escuché detrás de mí un
leve silbido, era él, había tendido la carne sobre unos huizaches para
aprovechar los primeros rayos del sol. Aún estaba agitado, podía
sentir cómo mi corazón quería salirse del pecho.
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