Page 20 - Topiltzin El pequeño Quetzalcóatl
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—No me hagas perder estos 20 granos de cacao —me susurró en
mi lengua. —Sé quiénes fueron tu padre y tu madre, hazlos
sentir orgullosos.
Sus palabras me confundieron, podía entenderlo.
Ató un conejo alrededor de un árbol. El ganador sería quien le diera
en la cabeza con la flecha. No sería tan fácil, ya que tiraríamos con
una distancia de 20 pasos. El turno lo decidió nuestra estatura, yo
fui el séptimo.
Nos dieron un arco y una sola flecha, las manos me sudaban y las
piernas me temblaban, a nuestro alrededor estaban los guerreros,
los tlamemes y más al fondo los esclavos que serían comercializados.
Frente a mí, el jefe de todos, Pochtecateuctli, bebiendo y entre risas,
comenzó la competencia. Pasó el primero, estaba muy nervioso, no
podía controlar el arco, la flecha se soltó, se escucharon risas, burlas
y silbidos; el segundo estuvo cerca; el tercero, le dio a un tlameme
en la pierna; el cuarto y el quinto, nada; llegó el sexto y sin titubear
acertó al pecho, silbidos, risas y aplausos.
Era muy difícil superar ese tiro. Seguía yo, tenía mucho tiempo
que no tomaba un arco o que cazaba, la presión era mucha, así que
recordé lo que mi padre me enseñó durante mis primeros años y lo
que aprendí en el tepochcalli. Sutilmente saqué la lengua para sentir
la temperatura y la dirección del viento, respiré profundamente,
tensé el arco y solté la flecha. El tiro fue certero, le atravesé el
cráneo, todos brincaron de emoción, estaba temblando. Los que
iban después ya no tuvieron oportunidad.
Se acercó el guerrero otomí y me dio un golpe por la espalda.
—Me hiciste ganar muchos granos de cacao, así que toma esto
como parte de tu ganancia.
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