Page 52 - Topiltzin El pequeño Quetzalcóatl
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años, vestidos a imagen y semejanza de los tlaloques, sus dioses.
            Mientras descendían por las escalinatas, los pequeños no dejaban
            de llorar, el pueblo se alegraba de ese hecho.

            Alcancé a reconocer al niño de nuestro pueblo, pero no podía hacer
            nada, estábamos cercados por guerreros águilas, jaguar y de todos
            los rangos. De ella, ni un rastro, quizás la habían tomado para servir
            en el templo, aún teníamos esa esperanza.


            Los niños llegaron al montículo. Mientras sus llantos aumentaban,
            les dieron de beber algo, luego fueron sumergidos uno por uno en
            un cántaro hasta ahogarlos, la gente estaba eufórica. Me invadió una
            sensación extraña, quizás esos toltecas no eran tan sabios como se
            decía.


            Ya estaba por amanecer, creímos que todo había acabado, pero la
            música y las danzas seguían y la gente comenzó a sacar de entre sus
            canastos mazorcas que elevaron al cielo.

            Desde un cerro cercano, se escucharon varios caracoles, todos
            volteamos hacia allí: habló el Señor de la Noche, “el espejo que
            humea”, e inmediatamente después salió una pequeña, era Mahetsi,
            que danzaba en la cima, recibiendo los primeros rayos de sol, pero
            completamente desnuda, de su cuerpo colgaban mazorcas, la luz
            atravesaba su piel como ala de mariposa.


            ¿Cómo era posible eso?, cuando el padre sol se dejó ver por completo,
            descubrimos que un anciano portaba su piel, había sido desollada en
            honor a Xipe, “el descarnado”. Era el nacimiento del nuevo follaje y
            la regeneración de los cerros, su sangre alimentó al padre sol y a la
            madre tierra para renovar el ciclo de la vida.


            Topiltzin se retiró de ahí, nunca habíamos visto semejante ritual.
            ¿Quiénes eran estos toltecas? Maldigo ese día y me maldigo por
            haber permitido que Topiltzin nos acompañara. Salimos de Tollan
            sin compartir palabra hasta que llegamos nuevamente a Comandehe,




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