Page 17 - Donde vive la imaginación
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le estaban haciendo cosquillas o que le acababan de contar un chiste,
desde luego que yo no aguantaba el dolor y el enojo. Pero no podía
hacer nada.
Al paso de los días se me pasó el dolor que sentí al ser agujerada, ¡ah,
pero al farol lo seguía odiando! Hasta que una mañana me saludó con
reverencia.
—¡Hola, señorita calle Olivia Ramírez, de todas las calles en la ciudad
usted es la más bonita!
Eso era algo que yo ya lo sabía, no le contesté y mucho menos quería
tenerlo como amigo; es más, estaba dispuesta a sacarlo lejos de mí. ¡Fuera,
farol horripilante! Pensaba cada vez que me saludaba.
Un día, con toda la intención le hice una travesura. Levanté…, mmm, para
que me entiendan lo diré así: “levanté lo que sería mi cabeza, si yo fuera
un humano”. Justo al lado del farol hice un tope con mi cuerpo. ¡Ja, ja, ja!
Me daba mucha risa. Las personas que caminaban sobre mi tropezaban y,
¿qué creen?, ¡zaz! Derechito a golpearse con el señor Farol.
La verdad fueron varios días los que duró la broma. Hasta que una vez
un coche, cuyo conductor iba pasadito de copas, se estampó todito en el
señor Farol. Por un momento pensé que había logrado deshacerme de él,
pero para su fortuna sólo se dobló un poco. Luego del susto de ver que mi
farolito casi muere, me sentí mal, muy triste y mejor me acomodé para
volver a ser una calle derechita. Así ya no pasarían accidentes.
Desde ese día decidí cambiar. Aceptar que el señor Farol no tenía la culpa
de haber llegado a mí y que lo mejor era ser amigos.
Mi farolito se enojó por mi travesura, en verdad hice mal, debía pedirle
perdón. Pero lo primero era lograr que me hablara, me hiciera caso.
Como todas las tardes, casi al obscurecer, pasó de regreso a su casa un
florista. En broma levanté tantito el pavimento y logré que el florista
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