Page 41 - Donde vive la imaginación
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Ha pasado una semana y la casa está sola. Por las mañanas vemos entrar
            a Jacinto a tomarse un té y se va, dice Licuadora que escuchó a la vecina
            desde la ventana cuando él le contó que la mente de su madre fue muy
            frágil ante la pérdida de su papá, lo que inició como una depresión terminó
            en locura.


            El tiempo pasa y el negocio se terminó, ya no hay mucho que hacer,
            sólo quedan los artefactos de cocina, la cocina industrial, el horno, las
            camionetas para repartir los pasteles y los recuerdos de cuando esta
            pastelería era famosa.


            Hoy por la mañana llegó un señor a la puerta, tocó con mucha insistencia,
            Jacinto le abre y lo recibe con un abrazo, como siempre Tetera es la
            encargada de averiguar qué pasa.


               —Todo está perdido, Jacinto venderá la casa y a todos nosotros con
                  ella —nos cuenta Tetera.


            Licuadora inicia a dar vueltas a sus aspas, de la desesperación, sabe que
            no pueden hacer nada, Horno de Microondas se enciende y se apaga,
            a Refrigerador se le zafaron sus manijas del susto, Estufa no enciende y
            Licuadora de plano se desmayó.


            Con lo que le pasó a Sarita todos creíamos que el ya no ser utilizados era
            lo peor que nos pudo haber pasado, pero nos dimos ánimos pensando en
            que todos estamos juntos y medio funcionando, nos alentaba pensar que
            pasarían los años y seguiríamos en la cocina, con pláticas de las anécdotas
            que  hemos  vivido,  pero  jamás  pensamos  que  fueran  a  vender  la  casa,
            nos imaginábamos que los hijos de Jacinto también harían pasteles y nos
            usarían.


            Esa noche no dormimos, quedamos en shock y más porque a Tetera se le
            salió decirnos que el nuevo dueño está pensando en hacer una venta de
            garaje, eso fue como si nos golpearan contra la pared, hasta destrozarnos
            en cachitos.




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