Page 141 - El magisterio y la vida en verso y prosa
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Odisea dominical
Desde que tuve uso de razón le tengo terror a las cucarachas. Lo
mismo a las negras grandes que tienen como un ojo en el lomo, que a las
atabacadas horrorosas, llamadas náhtzules en maya. Cuando las veo me
entra un miedo cerval, que me paraliza, lo cual no impide, que previo a
la parálisis, yo emita un grito espeluznante, agónico, como si alguien me
estuviera apretando el garguero con fines previstos de estrangulamiento.
Les platico lo anterior para que comprendan mi odisea dominguera con
una cucaracha de esas atabacadas, pero casi tan grande como una de sus
parientes negras.
Como a las ocho de la noche me encontraba en la sala de la casa de
ustedes, con la ventana abierta que da a la calle, plácidamente durmiendo
frente al televisor, que es lo que más suelo hacer cuando estoy frente a
ese aparato; cuando de pronto, me volvió a la vigilia la sensación de que
algo muy grande y rasposo me subía por el tobillo y, estaba a punto de
desaparecer, introduciéndose más allá del dobladillo de mi pantalón.
Bajar la vista y notar que era una cucaracha la que se me subía, me hizo
dar un salto increíble para una artrítica osteoporótica, al mismo tiempo
que improvisaba una coreografía de brincos y sacudidas de la pierna
derecha y aporreadas rítmicas de la pierna izquierda para sostenerme,
que habría parecido a quien me hubiera visto que bailaba aquella danza
rusa del casachó, con pandereta y todo, porque manoteaba de derecha a
izquierda como loca. No sé en qué momento cayó de mi pierna la horrenda
cucaracha y en uno de mis brincos, la aplasté. ¡Fue horroroso sentir su
cuerpo en la planta del pie, aun con todo y los zapatos puestos, y escuchar
el crack que hizo al mismo tiempo!
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