Page 44 - El magisterio y la vida en verso y prosa
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Podía  ésta  consistir  en  levantar  piedras  caídas  de  alguna  albarrada;
            desyerbar  un  patio  o  barrerlo;  clavar  los  travesaños  de  una  mesa  o  de
            algunas sillas rotas; en fin, que los centavos que recibía los había desquitado
            con su trabajo. Asimismo se había hecho acreedor a un vaso o jícara de
            pozole u otra bebida energética y a unos tacos del guiso del día, que el ama
            de casa en turno no dejaba de proporcionarle.


            Lamentablemente, eso no era obstáculo para que a las dos o tres de la
            tarde ya estuviera toreando coches a medio adoquín en completo estado
            de ebriedad, con el consiguiente peligro para su vida.


            Mi padre decía que su organismo se encontraba ya tan minado por el
            alcohol, que bastaba dos o tres tragos para hacerle perder la noción de las
            cosas.


            Algunas veces se dormía en una acera, a pleno sol y entonces, no faltaba
            un buen samaritano que lo arrimara con cuidado hasta el lugar sombreado.


            Era nuestro borrachito, nunca le hizo mal a nadie, salvo a sí mismo; sin su
            presencia, nuestro paisaje cotidiano posiblemente no hubiera sido el que
            recuerdo.


            En  realidad,  lamento  decir  que  no  sé  qué  fue  de  él.  La  vida  nos  hizo
            adultos, forjamos nuestra propia existencia y nos alejamos. Pero lo que sí
            puedo asegurarles es que El chiquito Manís, antiguo boxeador de la colonia
            San  Marcial  fue  siempre  un  honrado,  digno  e  inofensivo  dipsómano,
            posiblemente uno de los últimos de su clase.




















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