Page 16 - Cuatro tres historias de amor
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Una bailarina en patineta
Cada vez que entraba al salón de baile, Carolina se sentía feliz.
Los espejos en las paredes, para capturar cada mínimo movimiento;
la duela en el piso, soportando el peso de las aspirantes a bailarinas;
el equipo de sonido, compuesto por dos bocinas colocadas en cada
extremo del salón para amplificar las melodías; el olor a lavanda
del lugar recién aseado; todo, daba la sensación de encontrarse en
el lugar más divertido donde se podían realizar los sueños de las
futuras prima ballerina de alguna compañía importante de danza
contemporánea; no había nada más perfecto en la vida que bailar,
cualquier otra cosa, era carente de importancia y no valía la pena el
sacrificio.
Comenzó a bailar a la edad de seis años, sus papás querían algo
para entretenerla en las tardes porque en la escuela les aconsejaron
mantenerla ocupada todo el día, pues tenía mucha energía por
aprovechar. Así que la inscribieron a una academia de baile
contemporáneo; al principio, se resistió a la rutina cansada y tediosa
de su primera maestra, quien le hacía repetir una y otra vez el mismo
ejercicio para adquirir fuerza en las piernas. Una vez dominado,
comenzó a diversificar los pasos, fue en ese momento cuando le
encontró el gusto a eso de bailar.
Así pasaron 10 años, en los que aprendió la importancia de la
disciplina para el cuerpo. “La flexibilidad y gracia son cualidades
presentes en toda bailarina profesional”, decía su maestra, “es
indispensable ejercitarlas hasta volverlas parte inherente de la figura
principal de una compañía de danza”; al escucharlo, Carolina se
transportaba a un futuro muy cercano, donde su sueño se cumplía.
Su vida transcurría dentro de la misma rutina: por la mañana a la
escuela, luego comida en casa, dos horas para tareas y las tardes a
clases de baile. Todo estaba programado para dar el gran salto hacia
el mundo de audiciones, que le darían la entrada a esa compañía de
danza tan anhelada.
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