Page 73 - Empatizando. Relatos para jóvenes
P. 73
¡Está que arde!
Hace dos semanas que me trajeron a este lugar, estoy solo y tengo
frío. Soy Orlando y tengo 23 años, dicen que me trajeron porque
provoqué un incendio muy fuerte. En realidad, no fue uno, fueron
muchos, cientos, pero ese fue el peor, quemé como 10 hectáreas y
un establo. Había sequía, la tierra estaba seca y llena de pastizales
secos, era el lugar perfecto. No saben si enviarme a la cárcel o a un
hospital psiquiátrico.
Sé que cuando provoco un incendio no gano nada, ni enriquecerme,
ni vengarme de nadie, nada. Lo que puedo decir es, sobre el
profundo placer que me produce tomar un fósforo entre mis manos,
el chasquido al prenderse cuando lo deslizo con mis dedos, la llama
tan pequeña que puede extenderse y hacerse enorme, ¿cómo algo
tan pequeño como una llama puede hacerse tan grande?, me produce
placer sentir el calor y ver recorrer el fuego con facilidad entre la
hierba seca, el placer es indescriptible. Puedo seguir el camino del
fuego sin sentir miedo, ni calor, sino fascinación; puedo imaginar
mi mirada enloquecida de placer viendo el fuego, sintiendo el fuego.
Sólo en una ocasión me ha pasado que había un incendio en un
monte, luego supe que unos campesinos querían hacer un fuego
controlado, pero después el aire se les regresó, ese día quemaron
como cuatro hectáreas en cosa de minutos. Como yo iba pasando
por ahí me acerqué para ver el fuego, no podía ayudar, sólo quería
ver, pero descubrí que no es lo mismo ver y sentir el fuego como
cuando soy yo mismo quien lo provoca. No se siente igual, así que
mejor me retiré del lugar.
Mientras estoy en esta celda paso mucho tiempo pensando en las
razones por las que a mí en especial me gusta provocar incendios,
me acordé de mi infancia. Al principio, fueron montañitas de papel o
pequeños trocitos de hierba seca, luego era madera, cartón, carbón,
troncos, animales muertos, basura, lo que produjera combustible
71

