Page 83 - Empatizando. Relatos para jóvenes
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Dones especiales
Me llamo Magdalena y tengo dones especiales, sí, sé que se escucha
raro, pero así es. Hay muchas personas que me ven con respeto y
otras que me ven extrañados. Sólo soy una mujer con suerte, digo yo,
de tener dones que sé que no todos tienen. Todavía sigo pensando
cómo es que me tocó a mí, pero en realidad lo aprecio. Cuando
era una niña, mi mamá me contó que cuando estaba embarazada
de mí, en el vientre lloré, que ella se percató de inmediato. Ella
sabía que yo tendría dones y que serían para ponerlos a beneficio
del que me necesitara. Para ella, yo soy la elegida, y así me educó,
por eso desde pequeña me enseñó herbolaria, que era lo que ella
sabía hacer. Después, me enseñó a curar de empacho, susto y mal
de ojo. También me enseñó a creer en mi fe con todas mis fuerzas,
esa pequeña palabra que provoca grandes cosas.
Cuando era pequeña solía escuchar muchos sonidos en mi cuarto
y en la casa. Un día supe de dónde venían, habían unos pequeños
hombrecillos, esos a los que se les dice duendes. A veces no se daban
cuenta de que los veía, otras veces me veían y se iban corriendo, y
desaparecían tras los muebles, la puerta o el sillón. Ellos cambiaban
de lugar mis cosas, eran como sus travesuras, no me daban miedo
porque pensé que era natural digamos, como si fueran una mascota
o una persona de la familia, no sé cómo decirlo. Los vi muchas
veces, pero, un buen día, me di cuenta de que en algún momento
dejé de verlos.
Tenía como 14 años cuando mi mamá me pidió que fuera yo
quien atendiera a unos niños pequeños de empacho y susto. Fue
muy gratificante para mí, pues los niños se recuperaron. Esa fue la
primera vez que sentí que podía ayudar a alguien y que alguien me
estaba buscando para que yo le ayudara.
A mi tío Raúl le debo mi habilidad para entender el cuerpo humano,
él me enseñó la importancia del equilibrio en el cuerpo a través de
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