Page 88 - Empatizando. Relatos para jóvenes
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adultos no de mocosos. Esas parecían ser las únicas palabras que me
dirigía mi madre.
Pasaba horas enteras viendo televisión, me recuerdo envidiando
a todas las actrices bonitas que salían en las series de televisión,
soñando con los guapos actores que, supongo nunca se fijarían en
una persona como yo. Me recuerdo encerrada en la casa, sin salir
a ninguna parte, sin tener amigos, sin convivir con mis padres, o
familiares. Siempre en una vida solitaria, ni siquiera pude tener una
mascota.
Me recuerdo siendo empujada por mis padres, así como cuando se
empujaban entre ellos. No me gritan, pero ellos se gritaban, no me
pegan, pero ellos se pegaban. No me abandonan de la misma forma
como ellos se abandonan.
Me creció el cerebro, pero no mi autoestima; aumentó la ansiedad, el
miedo a demostrar mi voz, el pánico a pasar frente a todos, aumentó
mi fealdad, la angustia de ser vista, pero no creció mi seguridad.
La psicóloga dice que debo trabajar en mi autoestima, dice que soy
una persona bella y que llegará el momento en el que una de las
palabras más hermosas que pueda escuchar será mi nombre, porque
cuando alguien me nombre encontraré un lugar en el universo, y
ese será un sonido hermoso. Mientras tanto, mi nombre parece no
tener sentido, me da igual.
Parezco una sombra que teme a su propia sombra, un grito ahogado,
un alma vacía.
A veces la necesidad de gustar a los otros y de reunirme con ellos
parece un lejano deseo, es como si estuviera destinada al silencio y
las sombras. Y, ¿a quién podrían interesarle las confesiones de una
adolescente?
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